... el muelle ...

El niño había llegado al lado del solitario anciano del muelle, que siempre cuando el ocaso comenzaba a pintarse allá en lo alto llegaba con un cigarro encendido y se sentaba en el muelle hasta que los brillos del sol desaparecieran.
El pueblo a sus espaldas estaba casi desierto, donde la vida de antaño ya había cumplido su ciclo vital. Los niños que antes corrían por las calles y por la pequeña plaza del centro ahora eran jóvenes con sueños propios y alas suficientemente grandes como para surcar nuevos cielos, muchos ya habían partido de aquel pueblito que una vez había sido puerto obligado de barcos y personas...es la ley de la vida...Hay que dejar el nido para ir construir el propio. Hoy, solo quedaban algunos rostros cansados de tantos años de ires y venires, algunas viejas casas, algún que otro motel, cierto canto lejano acompañado de un arpa en un bar cercano a la plaza.
El anciano miraba hacia el horizonte, paseando entre recuerdos y construyendo sensaciones, sus cabellos le pasaban la cuenta y parecían relucir bajo la luz del ocaso, de un blanco fuerte pasaban a cabellos plateados que ondulaban con el viento, casi bailando. El niño fijó la vista donde la posaba el anciano y le preguntó:
- ¿ qué es el amor ?
el anciano giró la cabeza hacia hacia el niño y lo miro profundo a los ojos.
- no lo sé
el niño lo miró con asombro y un poco extrañado, a su edad los "no lo sé" no tenían sentido.
- ¿ por qué no sabe ? - pero los "por qué" siempre abundaban.
- porque quizá el amor se alimenta de muchas cosas, se arma de otras...quizá  va mutando, cambiando, muriendo, necesitando...a veces vuela y otras veces se arrastra, a veces toma el color de las estaciones, otras toma los sabores del tiempo o algunas veces simplemente necesita pelear para poder encontrarse a sí mismo y saber que siente y que está vivo...por eso no lo sé, porque a pesar de que fuera todo aquello, aún sigue siendo un misterio...un misterio que todo ser humano quiere vivir - el anciano vuelve a posar la mirada en el horizonte y con una sonrisa pone una mano en la cabeza del niño restregando sus cabellos- aunque para ti, chico, aun falta...aun falta.
- el niño respondió- ¿y si no quisiera vivirlo?
- el mismo se encargaría que lo conocieras, de alguna forma, con algun rostro - dijo el anciano.

El niño puso rostro de interrogante.
- pero aun así, quiero intentarlo - el corazón del niño había hablado de una manera segura, sin titubeos, sin vergüenza...se quedó callado, mirando el horizaonte con el anciano.

Las estrellas estaban brillando en el cielo, el aire que paseaba entre ellos se había hecho un poco más helado, el anciano con lentitud se puso su chaleco de lana bordado mientras la noche había llegado mientras el ultimo rayo de sol había muerto por fin.
Las horas habían pasado en silencio y el niño se había dormido en uno de sus brazos, aquel hombre de cabellos plateados ahora lo miraba dulce y serenamente, él sabía que algún día de su existencia también volaría y que, en alguno de los pasajes de su vida iba a acordarse de sus palabras. Los faroles de la ciudad comenzaron a encenderse y las lámparas de las casas también...aquella que había sido una joya cerca del mar tomaba un descanso para nacer nuevamente con los primeros rayos del alba, ya cansada, ya vacía.
 Tomó al niño entre sus brazos y se lo llevo con paso lento hacia su casa, después de todo era el único que quedaba en aquel pueblito lleno de historias, sus ojos cansados entonces, se clavaron en una banca, justo abajo de un aromo, ya reseco por los años.

 Se hizo de día, el anciano había retrocedido 35 años...estaba caminando con su traje recién comprado, el perfume de su padre y una flor que había robado en algún jardín cercano a su casa, estaba apurado, giró a la esquina y ahí estaba: en una banca debajo del aromo, amarillo como el propio sol...con un vestido blanco raso, de pelo ondulante y negro, de tez morena y ojos claros.
 Su sonrisa entonces se dibujó en la cara, ya nada importaba...tomó con fuerza la flor y con paso decidido se dirigió hacia ella...

Y volvió a sonreir como aquella vez, con la baba del niño recorriendo su cuello...

-pero quizás lo peor que puedes hacer, es no volver a abrirle la puerta, después que te hayan cerrado una- dijo mientras se alejaba en el solitario pueblo, que alguna vez había sido joya.

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