Un portazo



"Se puede decir que mi tragedia, ha superado con éxito lo que es una maldición. Es un laberinto del cual no se sabe su salida. He dado con éxito la pobre vida y el propio asco que hacen de este cuerpo un fantasma viviente entre una multitud de nómadas...no sé quién soy, por qué existo en este planeta ni menos como hacer para que cada uno de esos espejos fragmentados se unan en armonía con el yo propio, conmigo...como quien vuelve a casa sano y salvo, en completa serenidad."

Apagó la luz de la vela haciendo parir nuevamente a la oscuridad. Con aquella frase marcaba su sentencia, aquella sentencia humana y divina que matizaba la barrera entre un ser humano de carne y hueso con una fuente de energía incognoscible, cuyo arte más distante se podía ver en el universo.

Se paró y se alejo de aquella mesita de madera bastante vieja y testigo de tantas veladas, unas veces más tristes y otras veces más alegres.
Su cuerpo tiritaba, no de frío...tiritaba porque su alma quería detener tal hambrienta decisión, no quería llegar a la cueva donde los lobos, impacientes, querían probar cada trozo de carne y de sangre.

Pero aquel vacío era mucho más poderoso y esta vez ya no había marcha atrás. Ya la amargura y la locura se le hacían una tormenta interior que ya no podía resistir. Tomó el sombrero y el abrigo que colgaban de la pared más próxima a su cama, dio un último vuelco con su mirada a aquel cuarto casi derrumbado, olió por última vez el humo de cigarro y café que había en el ambiente y con aquella última imagen dio el portazo fatal.

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