Gritos silenciosos de una botella desesperada



A veces estas palabras y frases se convierten en gritos, en gritos silenciosos. De que aquella botella lanzada al mar, haya llegado segura a la orilla de tu playa y que, como un milagro, tu bote llegue a mi pequeña isla. Que al explorarla puedas conmensurar de que en tan poca tierra firme pueda existir un paraíso para ti. Que puedas percatarte de que hay ciertas flores que sólo están ahí para ti.

Pero estás lejos, allá en tu playa. Puedo verte a través del brillo de las estrellas y a veces en la luna llena e intento gritarte pero no me escuchas, o tal vez lo sabes, pero estás dedicada a esos atardeceres brillantes que se posan sobre las pequeñas olas o construyendo castillos de arena para entregar tu arte al mundo.

Cómo me gustaría que mi botella con aquel pequeño mensaje llegara a tus pies delicadamente y que de un sólo arrebato tomaras tu bote y te lanzaras al mar para conocer los trescientos sesenta grados de mi playa, o en una noche estrellada, me lanzaras una estrella fugaz para avisarme que llegó la hora de llevar mi balsa a la orilla y encontrar tu playa.

Pero me quedo aquí en mi isla, porque el mar es tormentoso y siempre estuve en decenas de tormentas; he de confesarte que soy náufrago de profesión y en esas tormentas aprendí que para lanzarme a la mar y enfrentar una, primero debes dibujarme aquella estrella fugaz, pero tú también debes recoger mi botella para lanzarte a la mar.

Puede ser que, cuando ambos hayamos recibido aquello, nos podamos encontrar bajo la misma tormenta, y quien sabe...quizás encontremos nuestra pequeña isla.

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